Los jardines de la Antártida
En el mapa de Piri Reis que ya hemos considerado aparece en la Antártida sin hielos, surcada
por numerosos cauces de agua, jalonada de montañas y abierta en valles umbrosos y acogedores.
En realidad son varias y grandes islas que -según el mapa - se extendían hacia el sur de Africa,
las
que han debido quedar después desplazadas más hacia el sur de América, por un corrimiento de
las plataformas continentales, ocupando la extensión que tienen en la actualidad. Dando un poco
de rienda suelta a la imaginación podríamos suponer o recrear de una manera ideal lo que sería
-lo que tal vez fue- aquel continente hoy inhóspito y antaño paradisiaco. ¿Por qué no?. Existen
muchas culturas y muy arraigado un mito que cuenta y no termina las excelencias de aquellas
islas que hoy están recubiertas con una coraza de hielos de cientos y en ocaciones miles de metros
de espesor. La Antártida puede ser -y siguiendo el mito deberemos decir que lo fue- un conjunto
de islas templado, de exuberantes vegetación, donde la vida animal, y la humana también, por
supuesto, fue un regalo.Hubo una civilización basada en la agricultura, pero con una avanzada
técnica. Seguramente, bajo los hielos impenetrables se esconden los campos de cultivo, los
templos y las ciudades, sorprendidos en la fantasmagórica instantánea de un cataclismo total, un
cambio del eje de la tierra, por ejemplo, que hizo desplazarse los polos y sitúo la Antártida en
otro lugar del globo, obviamente menos privilegiado: donde ahora se encuentra. El relato parece
extraído de una novela de Lovecraft; pero quizá no sea tan fantástico como aparenta a simple
vista. Los sondeos realizados en los últimos años por geógrafos y geólogos han puesto de
manifiesto que el contorno de las tierras antárticas es distinto al contorno de la masa de hielos
que lo cubre; que el hielo ha ocupado mucha más extensión, y en la actualidad podríamos
considerarla como un sombrero desmesuradamente grande sobre la verdadera tierra firme.
También, como ya hemos dicho en otro lugar, los ríos, montañas y demás accidentes geográficas
representados en los misteriosos mapas primitivos están siendo confirmados en su existencia por
las técnicas modernas de exploración. De estas realidades comprobadas hemos de deducir que,
en efecto, el clima antártico no fue como es; ni su situación geográfica la que hoy guarda con
respecto a los polos de la tierra. Luego debió, o por lo menos pudo ser, un continente habitado
hace miles de años. Es una lástima que los estudios realizados allí no supongan todavía un bagaje
suficiente para permitirnos una visión de conjunto completa. Por ahora sólo contamos con
informaciones parciales, muy parciales, que aunque concuerdan de una manera asombrosa con
los mapas y relatos antiguos, nos remiten a ellos inexorablemente, sin la posibilidad de un
refrendo de la tecnología actual. Esto hace que parezca atrevido -y lo sería, claro- basarse
exclusivamente en los datos que una historia de aspecto enigmático nos ha proporcionado. No
poseemos otros, o solamente poseemos unos pocos más. Pero, eso, suficientes para que lo que va
a leer a continuación sea verosímil y mucho más que probable. Dejando aparte la imaginación.
La primera expedición científica perfectamente pertrechada de medios y de hombres que
estableció sus observatorios en los suelos helados de la Antártida, muchos cientos de kilómetros
en el interior, fue la dirigida por el capitán Ritscher y que exploró el continente durante los años
1938-39. Era una expedición alemana por sus componentes y por su financiación y fue conocida
por el nombre de Schwahenland; Penetraron en línea recta en dirección al mismo polo Sur
partiendo del "gran muro helado" que supone la enorme barrera de hielos de un iceberg de
kilómetros, desde la longitud 0 hasta el Este y hacia el Oeste a lo largo del paralelo 70. Los pilotos
sobrevolaron en varios de sus diversos viajes de exploración una región cercana al polo, en pleno
corazón antártico, que fue descrita como llena de ondulaciones, sin rastro siquiera de hielos y
poblada de lagos. Los informes de la expedición Schwahenland, fueron acogidos con cierto
estupor: ¿ una zona sin hielos y con lagos dentro de la inmensidad helada, casi en el mismo polo
?. No resultaba lógico que el proceso normal de endurecimiento del clima, conforme se avanza
desde los márgenes antárticos hacia el centro, se viera interrumpido y sufriera regresión hasta
convertirse en un clima lo suficientemente templado para permitir la existencia de lagos líquidos y
colinas erosionadas cubiertas de verdor. Por fuerza -o el caso iba en contra de lo que se conocía
de la naturaleza- allí debía hacer todavía más frío que en las regiones marginales. Pero la seriedad
de un equipo de científicos tan prestigioso prevaleció sobre toda duda. Había que admitir aquella
"absurda" realidad. Y, no obstante, desde luego, esperar una confirmación.Confirmación que
tardó ocho años en llegar, pero que llegó, avalada de suficiente documentación y testimonios
como para que no se discutiera. La expedición mandada por el norteamericano almirante Byrd,
en 1947 y 1948, bautizó el lugar con el nombre tan sugestivo de "jardín de la tierra de la Reina
María". Los aviadores de Byrd, pilotando aviones adecuados a la misión que tenían
encomendada, sobrevolaron sistemáticamente el misterioso rincón y observaron con detenimiento
las colinascubiertas de coníferas, las manchas de musgo, anchas, diseminadas por doquier, y nada
menos que 23 lagos de diferentes tamaños. Los hidroaviones se posaron sobre las aguas de los
tres lagos mayores los cuales, desde las alturas aparecían coloreados de verde, rojo o azul. No
hacía frío, sino más bien lo contrario. Los exploradores intodujeron sus manos en las aguas
tranquilas y las removieron. Ofrecían una temperatura agradabilísima, templada. El fondo
cubierto por espesas alfombras de algas microscópicas, que eran las que proporcionaban los
bellos reflejos coloreados.Aguas tibias en pleno polo sur, ¡entre miles de kilómetros de hielos
espesísimos!
Cuando la expedición de Byrd hizo públicas sus investigaciones, se planteó el estudio de las
causas de aquel microclima tan peculiar. Y hubo hipótesis para conformar a todos: unos
achacaron el fenómeno a restos de vulcanismo; otros dijeron que las temperaturas cálidas eran
producto de la radiactividad; y hubo incluso -la nota epatante- quienes propusieron como
solución una intervención intencionada de los extraterrestres, entr otras lucubraciones menos
dignas de mencionar. La hipótesis vulcanista fue desechada de inmediato, pues los estudios de las
expediciones que ya se habían llevado a cabo coincidieron en que no, que no existían en la
Antártida restos de vulcanismo; alos partidarios de un complejo turístico de nuestros hermanos
del cosmos no se les hizo mucho caso; pero cobró valor la explicación de la templanza por causas
de la radiactividad, pues los detectores de uranio se habían conmovido durante las exploraciones
en muchas ocasiones. La radiactividad podía ser admitida como causa; sin embargo, habían que
demostrarlo. De todas formas, el almirante Richard Evelyn Byrd, nacido en Winchester (Virginia)
en 1888, fue, con su expedición, quién más datos aportó y quien abrió las puertas atractivas del
enigma antártico a los futuros estudiosos. Muerto en Boston (1957), es una figura casi mítica en el
fantástico libro de los navegantes y descubridores. Unos años más tarde, en 1958, Año Geofísico
Internacional, científicos de 11 paísesmontaron en el interior de la Antártida 33 campamentos e
instalaron 60 estaciones de investigación repartidas por todo el continente siguiendo las
indicaciones y sugestiones de las expediciones de Ritscher y Byrd. La participación de los EEUU y
Rusia debe contarse entre las más notables por número de miembros y calidad.
Se confirmaron los descubrimientos de las expediciones
anteriores y se encontraron "áreas oscuras" en la
superficie de los hielos, como si la gran masa helada
ocultara en su enterior muros ciclópeos, relieves regulares
que recordaban edificios. Eran, a juicio de los expertos,
figuras geométricas demasiado regulares para que fueran obra de la Naturaleza.
¿Qué había allí bajo cientos y miles de metros de hielo? "Las construcciones eran de dimensiones
muy diversas. Había complejos de extensión enorme, al estilo de una colmena, y estructuras
menos separadas. Por lo general, la forma de estas construcciones tendía al cono, a la pirámide o
a la superpisición de terrazas. Pero también había perfectos cilindros, cubos también perfectos,
grupos de cubos y otras formas rectangulares y características dispersiones de edificios
poligonales, cuya planta, de cinco lados, recordaba vagamente las fortificaciones modernas.Todo
el enmarañado conjunto estaba monstruosamente gastado por el tiempo, y la superficie de hielo
de la que despuntaban las torres estaba sembrada de bloques y detritos caídos en época
inmemorial. En los puntos en que el hielo era transparente podíamos ver las partes inferiores de
los gigantescos edificios. Tambíen eran visibles los puentes de piedra que unían las distintas torres
entre sí a alturas variables por encima del suelo"...
El inquieto almirante Richard Evelyn Byrd no se conformó con explorar los hielos del polo sur en
1947. Atraído por los polos -y no se trata de un magnético- visitó en varias ocasiones el Norte y el
Sur, antes y después de esa fecha, hasta el año 1956, uno antes de que ocurriera su fallecimiento.
Fruto de su extraordinario desasosiego y de su incesante movilidad es una de las teorías más
asombrosa, increíble y descabellada para unos -para otros sensata- de cuantas exponerse acerca
de la configuración de nuestro planeta: la Tierra es hueca. El responsable de la teoría no es Byrd,
sino algunos investigadores de lo extraño que han extraído últimas consecuencias de los viajes y
las experiencias del almirante norteamericano y de algunos estudios anteriores. Pero conviene que
procedamos en la exposición de una manera ordenada. Comencemos por el principio, y el
principio es el recuerdo de las culturas primitivas, sus creencias, su mitología y sus
descubrimientos; los retos de estas conquistas del espíritu colectivo que han sobrevivido hasta
nosotros, se entiende.Que la tierra es hueca se viene diciendo desde que el hombre existe sobre el
planeta, no es nada nuevo. Antiquísimas referencias mitológicas, algunas de ellas trasplantadas a
la Biblia, nos hablan de un reino o un país oculto en el que o bien existen continentes y mares y
un sol central o bien es el dominio de las tinieblas, pero lugar y al fin y al cabo subterráneo.
Algunas concepciones geográficas antiguas, y no tan antiguas, representaron la Tierra cóncava
con un astro central; es decir, estaríamos habitando el interio de un inmenso globo, los
continentes y los océanos adheridos a las paredes y el denominado por poetas y astrónomos astro
rey en el centro geométrico presidiendo y alumbrándolo todo. Seguramente que no pensaba en
nada de esto Byrd cuando en 1947, navegando en línea hacia el polo Norte, en donde justamente
deseaba poner sus pies, se extravió de su ruta sin perder la línea recta; no llegó al polo Norte y
navegó 2.730 km mar adelante, penetrando en unas aguas cálidas bordeadas de costas templadas
y tupidas de vegetación que ilumina un sol menos intenso que el habitual. Había islas diseminadas
por el mar y las tierras elevaban su relieve en montañas de distinta altitud, no se veía hielo por
parte alguna y el continente y las islas que iba bordeando estaban surcados por ríos y moteados
por lagos relucientes como espejos. La vegetación y la fauna eran abundantes; Byrd llegó a
observar a un animal para él desconocido y parecido a un mamut. Cuando el almirante tuvo la
certeza de que había perdido el rumbo que llevaba clavado en el Norte y que navegaba perdido
no sabía por dónde, después de recorrer casi 3.000 km., decidió dar la vuelta y regresar por donde
había llegado. El trayecto de vuelta transcurrió sin novedad alguna ninguna, desde aquellas costas
cálidas y tranquilas pasó a una zona más alborotada, tropezó con los hielos de nuevo y regresó a
los EEUU. Durante los más de 5.000 km, que navegó perdido, la brújula no respondió al
magnetismo normal del polo. Byrd, no obstante, no extrajo de aquel viaje ninguna conclusión
extraordinaria, simplemente se había perdido. Nueve años más tarde, en 1956, nuestro aventurero
almirante, al mando de una nueva expedición patrocinada por los EEUU al polo Sur, realizó un
extraño vuelo, en el transcurso del cual se perdió también y llegó a una región similar a aquella en
que se encontró por azar cuando navegaba años atrás por los hielos del Norte. Partió en un avión
desde la base Murdo Sound, que dista del lugar exacto del polo, del mismo centro de él, sólo 640
km. Pues bien, Byrd voló un trayecto de 4.330 km., volvió a encontrar mares y tierra sin hielos,
con vegetación, animales, ríos y lagos. Pero tampoco llegó al polo, ni paso por enencima de él. De
los 4.330 km, que sobrevoló, restando la distancia que media entre la base de salida y el polo
(640), había recorrido 3.690 km, fantasmas, y otros tantos de vuelta, e ignoraba a dónde había
arribado.Claro, cuando se percató que volaba perdido, dio la vuelta y puso rumbo a la base de
Murdo Sound. En este segundo caso, Byrd debió pensar que los polos eran como fantasmas que
no existen materialmente. ¿Eran una invención humana?. Si el almirante hubiera disfrutado de
una vida más larga, seguramente hubiera insistido en sus intentos de encontrar de una vez
aquellos polos esquivos; pero falleció, llevándose con él su inquietud, a navegar o volar ahora
quién sabe por qué cielos o qué mares del espíritu o del sueño.
Si Richard Evelyn Byrd hubiera leído el libro que apareció en 1906 bajo el título <Phantom of the
poles>; o si, en el caso de que lo leyera, lo hubiera tomado en consideración, no se hubiera
sentido tan decepcionado por su búsqueda infructuosa. Su autor, William Reed, afirmaba,
basándose en originales argumentaciones y en citas de documentos y mitologías antiguas, que
efectivamente la Tierra es hueca, con una abertura en cada polo; y que en el interior existen
continentes y océanos, razas humanas en algo diferentes a los que poblamos la parte de afuera y
animales similares o iguales, algunos de ellos ya extinguidos en nuestro interior, como los
mamuts. (Hagamos constar que en el año 1799, dentro de un bloque de hielo en la región polar
del Norte, se halló un mamut cuya antiguedad se cifró en 20.000 años. En el estómago del mamut
se encontraron ramas jóvenes de pinos y abetos, recién ingeridas. Ray Palmer dedujo de esto que
el animal provino del interior de la tierra, a través del gran boquete polar y no llegó a aclimatarse
en temperaturas tan extremadamente frías. Murió congelado.) También se atrevió Reed a decir
que, puesto en el lugar de los polos estaba ocupado por dos grandesboquetes, los polos no
existían en realidad, eran sólo algo hipotético; que, como las brújulas se comportan en aquellas
latitudes extrañamente, nadie puede asegurar que haya estado allí. William Reed tuvo seguidores.
En 1920 Marshall B. Gardner dio a conocer unos trabajos abundando en las teorías de su
antecesor: cada una de las dos entradas al interior de la tierra miden 2.250 km. de diámetro.
Dentro existe un sol central, quieto por el efecto de la atracción constante y uniforme de cada uno
de los puntos del globo de tierras y mares que lo envuelve (como los radios de una rueda de
bicicleta, más o menos), y precisamente ese astro es la causa de las auroras boreales, más visibles
cuanto más al polo nos hallemos. Hay diversos centros de gravedad repartidos por la enorme
cubierta del gran hueco, que semejan dos valvas o conchas de almeja. Gardner dedujo esta
curiosa formación del planeta basándose en la configuración de algunas nebulosas que poseen un
sol central y que para los observadores de la tierra son puntos negros en el espacio. Las teorías de
Reed y B. Gardner, tan disparatadas en apariencia, tuvieron, como ya indicamos, unos
antecedentes remotos de tradiciones, creencias y mitologías. En China, por ejemplo, al igual que
en Asia Menor y en Egipto, perviven tradiciones que se refieren a la creencia primitiva en un
paraíso que estaba ubicado en algún lugar subterráneo. El Ramayana, poema épico hindú, en uno
de sus pasajes, relata la llegada de Rama y lo hace provenir en una especie de nave voladora de
Agharta, su reino en el interior de la tierra.
El " paraíso" del Norte
Ya en nuestros días Raymond Bernard, estudioso de los temas de antropología cultural, ha escrito
que los esquimales sobre todos, pero también otros pueblos habitantes de las regiones polares,
poseen leyendas que relatan que sus ascendientes de tiempos ancestrales llegaron de un paraíso
que se encontraba "más al Norte", en el que no existía diferencia entre el día y la noche, porque
el sol brillaba siempre tenuemente, que el clima era suave, que abundaban los lagos que nunca se
congelaban, y donde vivían animales propios de los países tropicales. Sin embargo -afirmaba
Bernard-, los esquimales no han guardado la creencia de que la Tierra sea hueca, no hablan de
ello. Aunque admitamos que es muy remota la posibilidad de que Byrd se introdujera en sus
viajes por los dos grandes boquetes polares y navegara y volara miles de kilómetros por el interior
de la Tierra; aunque desechemos por muy atrevidas las teorías que nos presentan como realidad
la existencia subterránea de otro mundo como el nuestro y con las características que ya han
quedado descritas, todo lo expuesto deja sin solución una serie de preguntas que, hasta ahora, no
han tenido respuesta: ¿Cómo pueden formarse en superficies de agua salada (las oceánicas) los
icebergs de agua dulce, que en la hipótesis de la Tierra hueca estarían explicados como salidas al
exterior de las corrientes fluviales? ¿Por qué los icebergs llevan en su interior con frecuencia
plantas, árboles y rocas? ¿A dónde se dirigen muchos animales que emigran en determinadas
épocas hacia los polos (liebres, aves, mariposas), si su instinto no puede llevarlos a la muerte por
congelación? Y una consideración final, que habrá que tener en cuenta: siendo la superficie de la
Tierra de 508 millones de kilómertos cuadrados, su peso es sólo de seis sextillones de toneladas.
Insinúan los que gustan de plantear cuestiones enigmáticas que, si la tierra fuera maciza como se
dice, debería pesar muchísimo más. Aunque, sin duda, pesaría mucho menos si se desprendiera
del bagaje de ciertas elucubraciones demasiado calenturientas.